¿Son siempre iguales las onomatopeyas? ¿En qué se distinguen de otras clases de palabras?
Se conocen como onomatopeyas aquellas palabras que, con su sonido, imitan aquel que estás describiendo. Por ejemplo, el “bang” utilizado para describir el disparo de un revólver, el “quiquiriquí” que representa el canto del gallo, o el “bua” para indicar el llanto de un niño o un bebé.
Las onomatopeyas y la arbitrariedad del signo lingüístico
Cuando Ferdinand De Saussure, uno de los más importantes lingüistas del siglo XX, describió al signo lingüístico, una de las características que utilizó para definirlo es que el signo es “arbitrario”. Esto significa que no hay nada en el objeto “mesa” que haga que lo llamemos “mesa”, en lugar de “table”, “tavola” o “Tisch”.
En un caso como éste, podemos estar de acuerdo. Pero, ¿qué sucede con las onomatopeyas? En este caso, se le cuestionó a De Saussure, la unión entre la palabra y el concepto no es arbitrario: el gallo efectivamente canta “quiquiriquí” y no “guau”.
Pues bien, respondió De Saussure, las onomatopeyas también están sujetas a las reglas arbitrarias del idioma que las produce: ¿por qué, si no, se puede escribir “cuac cuac” y no “kuak kuak”, para imitar al pato? Pues porque una vez que las onomatopeyas han entrado al sistema lingüístico, se rigen por sus mismas reglas.
Onomatopeyas en distintos idiomas
Además, marcaba el lingüista suizo, no todos los idiomas producen las mismas onomatopeyas. Esto se debe a que no todos los sonidos son factibles de ser articulados en cualquier idioma. Así, para imitar a un perro, los hispanohablantes decimos “guau”, los ingleses “woof”, los catalanes “bub bub” y los japoneses “wan”.
Para indicar el sonido del gallo, a nuestro “quiquiriquí” comparémoslo con el francés “cocorico” o con el inglés “cock-a-doodle-doo”. Y los pajaritos en español hacen “pío”, en alemán “Piep Piep”, en francés “cui cui”. Y no sólo los animales, sino que algo tan absolutamente universal como lo es la risa, en español “ja ja”, en otros idiomas puede escribirse como ahahah! (inglés), “kusu kusu” (japonés) o “khokot” (ruso). Evidentemente, la similitud de cada una de estas onomatopeyas con el sonido que las ha inspirado es totalmente subjetiva.
¿Qué ocurre con las onomatopeyas en inglés?
Así como en español, los angloparlantes cuentan con una importante cantidad de onomatopeyas destinadas a imitar o describir los sonidos de los animales, las personas o los objetos de la vida cotidiana. Pero, además, muchos verbos en inglés tienen en la base una onomatopeya.
Así, golpear la puerta se dice to slam the door (cuando la onomatopeya slam también sirve para indicar el ruido producto del golpe), el reloj suena tic-tac se puede expresar con el verbo, to tick tack, o el verbo para vomitar tanto vomit como barf (onomatopéyico).
Se conocen como onomatopeyas aquellas palabras que, con su sonido, imitan aquel que estás describiendo. Por ejemplo, el “bang” utilizado para describir el disparo de un revólver, el “quiquiriquí” que representa el canto del gallo, o el “bua” para indicar el llanto de un niño o un bebé.
Las onomatopeyas y la arbitrariedad del signo lingüístico
Cuando Ferdinand De Saussure, uno de los más importantes lingüistas del siglo XX, describió al signo lingüístico, una de las características que utilizó para definirlo es que el signo es “arbitrario”. Esto significa que no hay nada en el objeto “mesa” que haga que lo llamemos “mesa”, en lugar de “table”, “tavola” o “Tisch”.
En un caso como éste, podemos estar de acuerdo. Pero, ¿qué sucede con las onomatopeyas? En este caso, se le cuestionó a De Saussure, la unión entre la palabra y el concepto no es arbitrario: el gallo efectivamente canta “quiquiriquí” y no “guau”.
Pues bien, respondió De Saussure, las onomatopeyas también están sujetas a las reglas arbitrarias del idioma que las produce: ¿por qué, si no, se puede escribir “cuac cuac” y no “kuak kuak”, para imitar al pato? Pues porque una vez que las onomatopeyas han entrado al sistema lingüístico, se rigen por sus mismas reglas.
Onomatopeyas en distintos idiomas
Además, marcaba el lingüista suizo, no todos los idiomas producen las mismas onomatopeyas. Esto se debe a que no todos los sonidos son factibles de ser articulados en cualquier idioma. Así, para imitar a un perro, los hispanohablantes decimos “guau”, los ingleses “woof”, los catalanes “bub bub” y los japoneses “wan”.
Para indicar el sonido del gallo, a nuestro “quiquiriquí” comparémoslo con el francés “cocorico” o con el inglés “cock-a-doodle-doo”. Y los pajaritos en español hacen “pío”, en alemán “Piep Piep”, en francés “cui cui”. Y no sólo los animales, sino que algo tan absolutamente universal como lo es la risa, en español “ja ja”, en otros idiomas puede escribirse como ahahah! (inglés), “kusu kusu” (japonés) o “khokot” (ruso). Evidentemente, la similitud de cada una de estas onomatopeyas con el sonido que las ha inspirado es totalmente subjetiva.
¿Qué ocurre con las onomatopeyas en inglés?
Así como en español, los angloparlantes cuentan con una importante cantidad de onomatopeyas destinadas a imitar o describir los sonidos de los animales, las personas o los objetos de la vida cotidiana. Pero, además, muchos verbos en inglés tienen en la base una onomatopeya.
Así, golpear la puerta se dice to slam the door (cuando la onomatopeya slam también sirve para indicar el ruido producto del golpe), el reloj suena tic-tac se puede expresar con el verbo, to tick tack, o el verbo para vomitar tanto vomit como barf (onomatopéyico).
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